Llegué a mi clase de torno para principiantes con un sinfín de referencias de piezas y diseños que quería intentar reproducir. Hoy, luego de casi 2 años de práctica, sigo sin llegar a conseguir del todo esos resultados. Así de ambiciosa llegué. Me costaba (cuesta) dejar ir a las piezas fallidas. Los primeros bowls, con rajaduras, sirven de servilleteros, o de jaboneras con drenaje natural… los platos partidos a la mitad fueron esmaltados para servir de fuentes para piqueos. Pero, con el tiempo, con los muchos sábado de barro, me fui enamorando tanto del proceso, que el producto final dejó de ser lo único importante. He perdido ya la cuenta de muchas de las piezas en proceso, o terminadas y regaladas. Y el reto de crear nuevas piezas, con cada vez más conocimiento y dejando que la memoria de mis manos se encargue de buena parte, se ha convertido en un juego, donde, sin importar si la pieza sale o no como la imaginé, siempre gano. Y siempre termino embarrada.
Aprendiendo, jugando, embarrando(me)