*Nota: Esta entrada es una copia de mi blog El Recoveco Lima (2016), pero que me gusta tanto que comparto aquí también.
Era ciertamente una propuesta inusual… y el aceptarla o no, una decisión, digamos, importante. Me repleté de una chanfainita de emociones… ganas enormes de ir, miedos -varios-, algo de culpa por quitarme en medio de la semana… pero… ¿no es eso acaso lo que vengo buscando? ¿libertad y la opción de improvisar? Bueno, debo contarle a mi mamá, a ver qué piensa -estoy convencida de que se va a morir. “Uy, creo que no soy buena consejera en un caso así”, me dice. Gracias por aguantarte tus nervios, ma, que con los míos me basta.
Bueno, lo tengo que consultar con mi almohada, le digo a Ray, por la mañana te confirmo. Me acaba de proponer meter lo básico en una mochila y viajar con él de Lima a Cusco la mañana siguiente… ¡en moto! Con una excelente referencia de mi gran amiga Nathalie, quien recién viene de hacer el viaje Cusco-Lima con él, y sin los nervios que mi madre ha decidido contener, despierto con más ganas de lanzarme a la aventura, que excusas para no hacerlo.
Un par de horas después estoy embutiendo mi ropa en las bolsas especiales para la moto y transformándome en una especie de robocop, completamente forrada, 5 capas de ropa sobre el torso, pantalones y casaca con armadura, cortavientos, el chaleco reflector, el casco, los guantes. Un briefing de seguridad y partimos, Hemos decidido ir a Huancayo, para luego bajar hacia la selva y entrar por Kiteni y Quillabamba al Cusco… voy dirigiendo hasta llegar a la carretera central, ahí me relajo. Esa es la dinámica durante los 4 días de viaje. Dirijo la salida de las ciudades, entre preguntando a locales y consultando a mi pataza Google maps -dicho sea de paso, tenemos que hablar, te pasaste un par de veces… Una vez encaminados, guardo el fono, sincronizo mi ipod con el sistema de audio del casco… y vuelo. Mi cámara está lista, salvo que llueva o el frío intenso haga que se me adormezcan los dedos y ya no sienta siquiera el disparador. La ruta cambia sobre la marcha, pero el espíritu es el mismo… 1,289 kms, una moto, muchas paradas, hartos cafés y sublimes, sin apuros, muchos paisajes, hermosos y contrastados…
En un viaje de tres días y medio e innumerables horas con nada más que el viento en la cara, se pasa por diversas sensaciones. El segundo día es tal vez el más memorable. Salimos de Huancayo hacia Ayacucho por una pista impecable, hasta Pampas primero, siguiendo las indicaciones de mi pata Google maps. Esto nos cuesta cerca de una hora y media, nos toca regresar a buscar el desvío que nos pasamos hacia Imperial. Al fin estamos en la 3S, a lo largo del Mantaro. La pista no tiene la misma ingeniería, digamos, que la que nos llevó a Pampas. No hay mayor peralte, la vía se ensancha y angosta como si fuera uno de mis dibujos de Kindergarten, muchas curvas ciegas, poco o ningún descanso a los lados y, claro, es doble vía… por allí pasan buses interprovinciales y camiones que van de Ayacucho a Huancayo y viceversa. Los muchos altares conmemorativos a lo largo de la pista me recuerdan que es un camino potencialmente mortal. De pronto ninguna canción de mi ipod empataba con mi estado de absoluta alerta, apago la música y me dedico a la pista. Es el único momento en todo el viaje en que pido ir más lento. Especulo sobre si esta ruta habrá salido en el capítulo que se hizo en Perú de “las rutas más peligrosas del mundo”. Luego pienso que exagero y que, en todo caso, ya estoy aquí… y me relajo. Paramos en un par de momentos… en Izcuchaca (Huancavelica), a ver el puente colonial… en Quichuas, a almorzar. Es 3 de noviembre y allí siguen de fiesta. Nos invitan a quedarnos, pero tenemos aún 4 horas de camino por delante.
Y así los días intercalan momentos de tensión -la lluvia con neblina y frío intenso al cruzar el primer abra saliendo de Ayacucho hacia Abancay- con otros de relajo -por fin salimos de debajo de la nube y paramos por un café, esperamos que las cosas sequen un poco, conversamos con las señoras sentadas afuera del restaurante, la que trae menú me invita un poco de su guiso de quinua, ya siento mis dedos de nuevo, todo está bien, seguimos. Este viaje es, debo decirlo, una oportunidad de observarme a mí misma, mis reacciones ante las diversas situaciones, cómo mi estado de ánimo depende del camino, del clima, de la gente con la que nos cruzamos… observar lo que me emociona, lo que me atemoriza, lo que me divierte, lo que me es importante y lo que no -como la ropa limpia… confieso que viví los casi 4 días de viaje con las mismas mallas de deporte debajo del pantalón blindado. Y, por si ando con pocas intenciones de observarme, mi propio reflejo en el casco de Ray me recuerda constantemente que allí estoy, sentada en una moto, en un viaje para nada ordinario, que hace un año no habría podido hacer, pues tenía un trabajo con horario de oficina. Y el viaje exterior implica así también uno interior…
Pero, a ver, todo este viaje fue catalizado por un comentario mío sobre querer aprender a manejar moto. Ray tiene toda una red de amigos moteros en Cusco y me había ofrecido enseñarme allá. Ya estamos por llegar y sé que se aproxima mi primera clase. Confieso que me da algo de nervios. Llegamos, al fin, Cusco nos recibe con un sol radiante. Empiezo a poner caras a los personajes de los que Ray me ha hablado durante los últimos días… su novia, sus amigos, cada uno tan buena onda como él. Me hacen sentir en casa. Nos damos la tarde libre y programamos la sesión de moto para el domingo. Me voy con Eloy a un canchón algo más apartado de la ciudad. Con toda la paciencia del mundo, me explica lo básico para poder subirme, prender, arrancar, dar una vuelta en primera y parar. Me va bien, pero me es raro eso de manejar la velocidad en el mango, que en la bici me es un punto de apoyo. Y bueno, pasa lo que sabía que podía pasar… me caigo una vez, lento, no hay golpe, pero el peso de la moto me dobla el pie. Duele, pero no hay nada roto y decido subirme de nuevo. La cosa mejora, voy pasando entre primera y segunda, practico un rato más y damos la clase por terminada.
Me queda una tarde en Cusco, el lunes temprano vuelo a Lima, tengo programado hacer una nota para el blog y clase por la noche… la pata empieza a doler más… cancelo la nota, me tiro la pera a mi clase. Un esguince, felizmente leve, me obliga a prolongar mis auto-reflexiones en Lima -son inevitables cuando me veo forzada a estar quieta en casa. La aterrizada de este viaje me ha costado más que en otras oportunidades. Sigo pensando en rutas, observando las curvas que vienen, los camiones en el sentido contrario, las conversaciones con la gente en la ruta, lo que es importante, lo que no [...]